poema de Luis Alberto Ambroggio


Paseo a la finca de un tejano

No sé cómo hacer un poema del destierro.

Estoy invitado a un paraíso esclavo,
al lado grande de cierto riachuelo de barro virgen,
con árboles viejos que se desgajan en abandono,
animales precarios y salvajes
como la libertad misma que sin tener ostentan.

Es el beso de una aventura desconcertante.

El entusiasmo del escape crea su propia fantasía …
Toco cielo robado.

Paseo si estar donde estoy
porque me atrapan los cangrejos
de la ciudad que me viste
y sus ruidos meticulosos
y la adicción del apuro, de sus luces y su gente
y por no querer aprender nada más
la atrofia o la muerte avanzan con altivez de mártir,
y me desnudan

No sé cómo hacer un poema del destierro.


©Luis Alberto Ambroggio (de Los habitantes del poeta)

Ensayo sobre el exilio, del escritor Luis Alberto Ambroggio


El exilio como condición poética[1]
Luis Alberto AmbroggioAcademia Norteamericana de la Lengua

Pareciera que el poeta llevase el exilio a cuestas, o mejor dicho, adentro. Ser poeta es estar lejos, lejos incluso de uno mismo. Como la ceguera atribuida o real de los poetas anti­guos, el exilio (en su más amplio sentido) permite al poeta des­pegarse de la realidad, desterrarse, para entrar en el corazón de las cosas, recrearlas y sólo así expresarlas con devoción. Este ensayo cae en la abundante poética hispanoamericana que respira el tema más que otras literaturas.
Sin minimizar la importancia de exilios políticos, ideoló­gicos o económicos (todos ellos hijos de un mismo padre), en esta búsqueda quisiera entender la inquietud poética desde mi propio exilio, desde la emigración de mi tierra natal, des­de la inmigración y residencia en el país donde actualmente ciudadanizo sin pertenecer del todo y, principalmente, desde mí mismo. En resumen, trataré de captar el exilio como con­dición poética. Encuadro el análisis en los versos de Poemas Humanos de Cesar Vallejo: “Alejarse! ¡Quedarse! ¡Volver! ¡Partir! Toda la mecánica social cabe en estas palabras(341); y los de Octavio Paz de su poema “Epitafio sobre ninguna piedra” de Árbol adentro: “… Yo andaba por el mundo./ Mi casa fue­ron mis palabras. Mi tumba el aire” (550).
            No pretendo ser experto en “exilio”, sino simplemen­te una más de sus innumerables víctimas y expresiones, todas ellas válidas a partir del destierro original de aquel paraíso perdido en el Génesis del universo. Desde entonces somos intrínsecamente errantes. Elegimos exilios, sufrimos exilios forzados, nos exiliamos a nosotros mismos escapán­donos sin irnos de una cultura a otra cultura, de un dominio a otro. Como en el caso de la cultura chicana sufrimos quizás hasta un triple destierro: nos rechaza nuestra cultura supues­tamente originaria, no nos acepta nuestra cultura adoptiva y nosotros mismos nos desterramos.
            El exilio, como condición poética, implica algo de todo lo que significan las expresiones que alisto a continuación: desapego, delirio, destierro, trance, escape, desarraigo, vuelo, arrebato, huida, sueño, otredad, el “no-yo”, expresiones que de algún modo describen también el fen6meno de la inspira­ción. Ya desde la mitología griega el destierro estaba entre­lazado fatalmente con la creatividad en general y la poética como tal. Hefaistos, el dios griego de la creatividad nació con tal fealdad que su madre Hera lo arrojó del monte Olimpo. Así, el dios de la creatividad (del fuego también), aparece co­mo un solitario rechazado—como en ocasiones la creatividad misma—por la sociedad, la familia, el amor y el propio esta­do anímico que necesita una situación un tanto caótica para florecer. Los sicólogos hablan de una depresión creativa que físicamente toma la forma de una alienación, por ejemplo al­cohólica, y que ha penetrado la obra de algunos poetas hispa­noamericanos importantes.
Entre los clásicos españoles, el escape de uno mismo, místico o profundamente humano como en el enamoramien­to, ha producido también versos como aquellos inmortales de Teresa de Ávila: “Vivo sin vivir en mí, / y tal alta vida espero, / que muero porque no muero” (Blecua 121). Mucho antes, en su Diálogo Ion o de la poesía, entre Sócrates – Ion de Efeso, Platón hablaba del poeta como poseído y Sócrates allí lo describe como “un ser alado, ligero, sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no lo arrastra y lo hace sa­lirse de sí mismo ... No son los poetas quienes dicen cosas maravillosas sino que son los órganos de la divinidad que nos hablan por su boca”. Sin embargo, no se trata sólo de un es­cape de uno mismo sino hacia uno mismo. Ensimismamiento que se cubre con una simbólica ceguera, el silencio o una loa a la vida solitaria, como en la canción de Fray Luis de León que gustaba a poetas tan dispares como Edgar Poe y Jorge Luis Borges: “Vivir quiero conmigo,/ gozar quiero del bien que debo al cielo,/ a solas, sin testigo,/ libre de amor, de celo/ de odio, de esperanza, de recelo” (“Vida retirada”).[2]2
La ceguera de ese Homero figurado, con un viento fo­goso que parte de sus ojos, dramatiza la fuerza interior que crea la belleza, un adentrarse para posibilitar la invención de un vuelo soñador, de una realidad rica en interioridades. El poema es entonces la narración de ese viaje, un viaje infini­to; el itinerario del poeta que, en palabras de Roberto Themis Speroni, lleva uncorazón sin tierra ni hospedaje”. Ciego al exterior (como un Borges), el poeta se puede inventar de una manera inagotable.
El silencio es otra de las expresiones de auto-exilio en tanto implica un retiro no sólo de afuera hacia adentro sino también desde adentro hacia fuera. La connotación espacial del silencio ofrece una extensión a la soledad fecunda o al apartarse ya tranquilo desde un donde. El silencio, lenguaje de la distancia, no importa cuantos sean sus metros. Nunca el silencio impresiona como falta de comunicación; ni siquiera el silencio forzado que explota de hostilidad y martirio y que grita más fuerte cuanto más se quiere silenciar con tiranías. De hecho, las almas comulgan en silencio o a gritos durante los momentos más emocionantes. El silencio—como el exilio o como una manifestación del mismo—está relacionado a la vez y en forma contradictoria con lo íntimo y lo lejano. En ese silencio creador el poeta se esculpe con tranquilidad y enaje­nación, parafraseando a Fernando Pessoa.
            Dentro del ámbito de ensimismamiento se llega a veces a producir el rechazo de uno mismo, como cuando el gran poeta peruano exclamaba “Cesar Vallejo, te odio con ternura”. Vallejo, como Hefaistos, se sentía rechazado desde el nacimien­to: “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo y grave”, con un exilio que lo separaba de sí mismo, de su tiempo y eterni­dad: “Murió mi eternidad y estoy velándola” (216). Ceguera, silencio, ensimismamiento hasta sus últimas consecuencias. Pero la soledad alimenta un contexto fértil. Siendo el poeta, como exiliado: “un inquilino de la soledad” (Gelman 39), por antonomasia, la vida solitaria tiene muchos trovadores. El po­der de la ausencia ya sea voluntaria o impuesta se convierte en fuerza poética al querer hablar con alguien (que puede ser uno mismo) dentro de las angustias que imponen por igual el tiempo y el espacio: ausencia de juventud, por ejemplo; leja­nía de un amor. El destierro –que el individuo ensimismada y solitariamente vive– el poeta lo vive por escrito.
La obra inicial de Ernesto Cardenal acaso sea, dentro de los poetas hispanoamericanos contemporáneos, una de las manifestaciones más representativas de la relación entre la vida poética y la vida solitaria. Así como para poseer a Dios, en la mentalidad contemplativa de un San Juan de la Cruz, por citar un nombre, uno tendría que desposeerse de todas las cosas, por igual el ser poeta requiere renunciar a todo, desterrarse, aislarse en la cartuja de la contemplación, para poseer el Todo.


Exilio y geografía

Frecuentemente el exilio acarrea una dimensión geográ­fica concreta, aunque ésta pueda no ser necesariamente real. Esta referencia se agiganta en intensidad cuando intervienen circunstancias tales como la violencia ya sea en el origen como en el destino; o cuando existe una fatalidad definitiva, una desaparición abrumadora. El apego/desapego de la tierra co­mo concreción culturalmente geográfica provoca un rango de expresiones desde Lucie Delarue-Mardrus con: “Ah, nunca voy a curarme de mi tierra” (Le deux lunes de miel) hasta José Martí al proclamar: “Patria es humanidad”.3 Incluso la expe­riencia que yo mismo evoco como “descielo”, un desgarro casi substancial sin lugar que precede al destierro. Benedetti, por su parte, compara el símbolo por excelencia de esta realidad (Cristo) a su propio exilio en aquellos versos: “Jesús y yo sal­vadas las distancias/somos dos habitantes del exilio…/yo/oscuro y fracturado/sin mi tierra/él/pobre desde siempre sin su cielo” (“Sin tierra Sin Cielo” 1993: 20).
Aunque para Alejandra Pizarnik el poema es la tierra prometida donde el exilio se acaba, la poesía es el lugar don­de todo sucede, para el desterrado (y el poeta sintiéndose co­mo tal) es como si le socavaran la tierra por debajo, le faltara el suelo y tuviese distancia de sobra (en la edición de Textos de Sombras y últimos poemas). Y ¿será la poesía –o el sentirse pueblo universal como Neruda– el país secreto que descubre Benedetti como alivio a su destierro, el de otros, el de todos, en un cerca y en un lejos casi perenne, destierro que sobrepasa los límites geográficos, concreciones lugareñas onacionalistas, cuando establece: “he sido en tantas tierras extranjero/… pe­ro voy descubriendo/otros destierros de otros/ que empiezan o concluyen/ destierros que se fueron allá cerca/ y vuelven aquí lejos ... aquí lejos está/ nunca se ha ido el país secre­to/ ... un día aquí lejos/ se llamará aquí cerca/ y entonces el país/ este país secreto/ será un secreto a voces”? (2001: 17)

            En las condiciones explicadas, un destierro—como la poesía que lo expresa— nunca se refleja como un paso turís­tico, superficial sobre espacios ajenos, admirables, intocables. En nuestro destierro los espacios nos tocan profundamen­te y nuestro paso por ellos está escrito con sangre. Todos los desterrados sufren nostalgias de algo: una galaxia (La Cruz del Sur, por ejemplo, para Cortázar en su poema-tango), una topografía, una piedra (el Chañi de Juana Arancibia en su poemario Porque es de piedra el corazón de todo, detalles irremplazables o un allá desde donde siempre se viene y a donde siempre se va en una peregrinación o fuga incesan­te, rumbo, enigma del que en un momento determinado só­lo se es una escala precaria y momentánea, parafraseando a Benedetti. Nostalgia que se escucha a gritos en versos tales como: “Cuando me escribas/de las ciudades/en ingenuas postales/ de tiendas/ malheridas/ no me cuentes/ ni de mu­ros/ ni de iglesias/ mándame/ una campana,/ el ruido es­condido/ de una fuente,/ dibújame/ un trozo de cielo/o la raíz del sueño/ amaneciendo” ( 2001: 18).
El punto geográfico-sentimental de referencia (lla­mémoslo patria, tierra, cultura) para el exiliado tiene la carac­terística emocional de unicidad. En versos de Juan Gelman: “Porque mi tierra es única;/ no es la mejor, es única” (2008: 96). Incluso cuando esta unicidad se diluye en idealismos que niegan fronteras o ideologías internacionalistas, como en el ­caso del “Fugitivo” Neruda, nadie puede dudar de su exis­tencia, la chileneidad de sus poemas. Muchas veces en la vida de Neruda, la noche representaba la unidad protectora que, conjuntamente con el sentirse pueblo en cada pueblo le creaba una sensación de acogida universal o hermandad por encima de las geografías: “No me siento solo en la Noche,/ en la os­curidad de la tierra./ Soy pueblo, pueblo innumerable” (268). Siendo pueblo, no se sufriría el destierro, primordialmente el destierro de la injusticia social y política. En el contexto de exilio forzado, el exilio se ve como “otro mundo diario, como error .../ Nos destierran y nadie nos corta la memoria/ la len­gua/ los calores ... La gente queda dolorida, /la tierra queda dolorida ... Tenemos que aprender a vivir como el Clavel del aire, solo de aire ... segada su propia identidad/ la familia/ el terruño desaparición de amigos ...” (Gelman 2008: 97). Este exilio es sufrido con la cortante aserción de Rigoberta Menchú al decir: “Crucé la frontera amor …”. Haciendo caso omiso de separaciones limítrofes, lenguajes, regímenes o épocas, el poeta es un exiliado donde quiera y como quiera, por su con­dición misma de poeta, como lo afirmaba generalizadamente Alvaro Mutis en sus creaciones.



El exilio en otras manifestaciones

En la poesía femenina o en el lado femenino de toda la poesía he podido observar el sentimiento de exilio en térmi­nos de desamparo, discriminación, ruptura en un contexto de abuso, desigualdad y circunscripción doméstica. El exilio de la familia, la pareja, mundo de la mujer tradicional, tienen la magnitud del exilio de una patria. La poesía entonces pasa a cumplir una función de catarsis liberadora, de apertura para respirar, de cortar un alambrado de dependencia y opresión, abriendo las puertas a posibilidades antes no aceptables en términos de relaciones, preocupaciones, tabúes. Se une así a la corriente conceptual y semántica que ataca el machismo pre­valente hasta en su simbología.
            Escribiéndolo, el exilio se hace presente en la palabra na­tiva que no tiene traducción o en la nueva palabra con la que uno no siente lo mismo. Así se transita de un espacio a otro, de una generación a otra, de la hija a la madre, a la abuela, de una patria a otra. Las palabras sin traducción nos hacen vol­ver a nuestras raíces o a las raíces de las nuevas palabras que usamos. La imagen de maternidad pareciera envolver todo este desarrollo.
            También sufrimientos (acaso compartidos y expresados en creaciones poéticas inigualables), como es el caso del ecua­toriano Cesar Andrade y otros: “Amo los bares y tabernas/ junto al mar./ Donde La gente charla y bebe/sólo por beber y charlar”. Hay poetas que se han exiliado en alcohol, dro­gas y otros elementos causantes de situaciones: “Donde Juan Nadie llega y pide/ su trago elemental,/ y están Juan Bronco y Juan Navaja/ y Juan Narices y hasta Juan Simple/ el solo, el simplemente Juan” (Guillén 167).


Exilio e inspiración

            La experiencia de exilio, en su más amplia acepción, acompaña y condiciona la inspiración. En la mentalidad de los griegos el poeta sufría un vaciamiento de sí mismo para ser conducto poseído por los dioses que hablaban bellamente por su intermedio con cierto suave furor. En el otro extremo: Huidobro y su escuela creacionista que considera al poeta un pequeño Dios, que fuera del mundo que existe crea el que de­biera existir, como lo expresó en su Manifiesto y en 1921 du­rante su Conferencia sobre la poesía en el Ateneo de Madrid.
El fatalismo de la expresión poética en forma inesperada refleja siempre un enajenamiento, ya sea de uno mismo, de lo exterior o de algo casi indefinible, que con falta de preci­sión, experimentamos como trance, Musa, espíritu u otra cosa (proceso, divinidad personificada, universalismo, sustantivo grotesco). El subjetivismo moderno justifica que en el escapar­nos de lo que es, nos llevemos en nosotros mismos lo que que­ramos y, de este modo, podamos crear lo que se nos ocurra o simplemente partamos de la premisa que solo existe lo que creamos. Independientemente de la tendencia intelectual, se constata que el poeta hace el poema (su mundo) y el poema ha­ce al poeta. En otras manifestaciones, este escape fluye de una situación dualizante de conflicto hacia una unidad que pueda resolver la partida o, mejor dicho, la partición. Siendo el poeta un intrínseco desterrado, como el hombre mismo, tiene en su propia dualidad unida, la fuente de inspiración, en configu­ración con Dios, la Historia y otras influencias elementales. En la unidad de su yo, existe el otro, la dualidad existencial y conflictiva que genera la continua búsqueda y admiración. Como dice Octavio Paz: “La otredad está en el hombre mis­mo” (1967: 176). De allí que el poeta no sólo sienta necesidad de desterrarse del mundo sino también de él mismo; así el poeta se fuga y, en definitiva, rebeldemente se aniquila, el “Yo es tú”, el tú de los versos en que el lector existe, la amada en la que el amante se ha transformado. Otro destierro se ha consumado y el círculo completa la comunión de la palabra poética.


¿Retorno?

            Nunca retornaremos del exilio que somos. El pan que se deja allá, incluso las migajas que nos acompañan en el viaje miserable, siempre será más sabroso que lo que se come aquí donde sea que este aquí se sienta. El regreso como el exilio son invenciones o realidades permanentes. El poeta continua­mente muere y resucita en el mundo que crea a partir de sí mismo, de su soledad acompañada y fértil.
            El exilio puede ser una historia, una vida, un viaje que nunca termina, una creación tan fuerte como cualquier otra creación, un estado de ánimo y, en cada caso, una evocación, un traer cerca una lejanía, un sentir lejos una cercanía, una transformación para otro recuerdo. Este alejamiento volunta­rio o forzado de una tierra, de una cultura, de sí mismo, de los otros, de amores, de todo y de nada, ese nato sentimiento lleno de vacío y ausencia, condiciona de por vida el poder ex­presivo del poeta y es también su retorno. Por nuestro mismo origen, todos somos, de algún modo, voces del exilio.


NOTAS
[1] Luis Alberto Ambroggio. Introducción al poemario Poemas Desterrados. (Buenos Aires: Academia Iberoamericana de Poesía, Alicia Gallegos Editora, 1995). 9-17.
2 A veces titulada también “Oda a la vida retirada”, una de cuyas ver­siones puede verse en Floresta de rimas antiguas castellanas, por Juan Nicholas Böhl de Faber. Hamburgo: Perthes y Besser, 1821.
3 Consigna del periódico Patria que funda en Nueva York José Martí el 14 de marzo de 1892 con el fin de fomentar la independencia de Cuba y Puerto Rico.






OBRAS CITADAS
Arancibia, Juana Alcira. Porque es de piedra el corazón de todo. Buenos Aires: Ayala Palacio, 1993.
Blecua, José Manuel. Poesía de la Edad de Oro. Tomo I. Madrid: Clásicos Castalia, 1987.
Benedetti, Mario. Inventario Uno. Buenos Aires, Seix Barral, 1993.
---. Inventario Dos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2001.
Gelman, Juan. Interrupciones 2. Buenos Aires: Seix Barral Ed., 1998 (1a ed. 1986).
---. Otromundo, Antología 1956-2007. Madrid: Biblioteca Premios Cervantes, 2008.
Guillén, Nicolás. Summa poética. Madrid: Cátedra, 1977.
Huidobro, Vicente. Obras completas. Prólogo de Braulio Arenas. Santiago de Chile: Empresa Editora Zig-Zag, 1964.
Neruda, Pablo. Canto General. Caracas: Fundacion Biblioteca Ayacucho, 1981.
Paz, Octavio. The Collected Poems of Octavio Paz 1957-1987. Eliot Weinberger, ed. Nueva York: New Directions, 1987.
---. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, 1967.
Pizarnik, Alejandra. Textos de sombras y últimos poemas. Olga Orozco y Ana Becciú, eds. Buenos Aires: Sudamericana, 1986.
Vallejo, César. Poesía completa. La Habana: Biblioteca de Literatura Universal, Casa de las Américas, 1988.