testimonios poeticos: Liz Durand Goytia

Migraciones

Con los ojos cerrados todavía, comienza a percibir los ruidos diferentes. No logra identificarlos y se siente extraña. Abre los ojos y la sorprende esa luz diferente, inesperada. Percibe un ligero mareo y en su cabeza se instala confusión.

La habitación también es desconocida: la puerta está en otro lado. ¿Qué ha pasado? Viene a la memoria el viaje, el largo recorido por estaciones de tre, el paisaje variado, interminable. recuerda los acentos diferentes en las voces cuando el radio portátil de algún pasajero sintonizaba la estación del lugar que cruzaban.

Le duele un punto profundo en el pecho: su escuela, sus amigas. Ya no están.

Otra vez comenzar, salir a esas calles ajenas en busca de las menores cosas, aprender a nombrarlas de nuevo, instaurar nuevos sabores y sorpresas.

Siempre es difícil volver a comenzar, intentar la amistad, empatar.

No falta ocasión para las añoranzas pero la realidad siempre termina por imponer su reino y así, con su timidez a cuestas, con la fuerza de sus pocos años, con ese llanto tierno, recomienza.

Aprende a ver ese otro nuevo sol, a entender los sonidos, a acercarse a la gente. Un día, cuando despierta ya no se siente extraña: es su mañana, su casa, su alegría... por poco tiempo.

Llega de nuevo el trueno que determina el cambio, la mudanza. Hacer de tripas corazón, empacar todo de nuevo y emprender otro viaje, perder otra vez ese poco de luz,ese pequeño espacio donde estar.

Así por muchas veces. Hasta que se hace mayor se da cuenta de que no puede parar, que no tiene raíces, que nadie del pasado está con ella. La danza de las ciudades en su memoria, la confusión de tiempos, la dolorosa llaga que deja el desarraigo...

Un día lo entenderá: ella no es de raíces, sino de alas. Por eso será de todas partes, de todo el aire, de todos los lugares.

7 de diciembre, 2010

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